Los cuentos extraviados (parte 3 de 3)

O de los derechos de autor oníricos.

Jorge Mencos
4 min readOct 27, 2023

«Ahora, al releer aquellas páginas tan remotas, descubro en ellas, agradecido y atónito, fábulas que he creído inventar y que he reelaborado a mi modo en otros puntos del espacio y del tiempo. Más importante aún ha sido descubrir el idéntico ambiente de mis ficciones».

Esto lo escribe Jorge Luis Borges, en el tomo correspondiente a Giovani Papini: El espejo que huye, en la colección de La Biblioteca de Babel.

Retrato de Giovanni Papini / Bazzi.

Por otro lado, en Una historia completametne absurda, Un personaje de Papini, irónicamente, comienza un relato diciendo:

«Hace ya cuatro días, mientras me hallaba escribiendo con una ligera irritación algunas de las páginas más falsas de mis memorias, oí golpear levemente a la puerta.. ».

El mismo Papini entendía aquella disculpa, que en un tiempo futuro, le otorgaría el escritor argentino.

«El olvido bien puede ser una forma profunda de la memoria». Esto dice Borges, en el mismo prólogo, pero acaso a Papini ¿le hubiera realmente importado esto?

Retrato de Borges / Fernando Evangelista.

Dos imágenes en un estanque, es el cuento por el cual Borges pide esa pequeña disculpa, al releer a nombre de alguien más y en un tiempo pasado, algo que había considerado muy suyo. No obstante, hay cierto tipo de historias que nos pertenecen por completo y a la vez, entran en una categoría sospechosamente parecida.

UN AUTOR CONTRA SU PERSONAJE

Asistía a una reunión de amigos, algo más que una fiesta habitual. Ahí podían encontrarse personas con diversas ocupaciones y opiniones. Para entonces yo traía una historia entre manos y no había conseguido terminarla. A tal grado la llevaba impregnada en la mente, tan presente la tenía, que avanzada la reunión, en una profunda charla con un escritor que había conocido esa misma noche, decidí contársela.

No tuve miedo de ser plagiado, ni criticado, ni nada por el estilo, había confiado plenamente en aquel sujeto. Expuse mi historia y la frustración de no poder terminarla. Al escuchar mi relato el hombre guardó silencio y luego de poco tiempo habló:

– Si yo la estuviera escribiendo, haría lo siguiente… —dijo, ofreciéndome un final que jamás me hubiera imaginado.

Me sentí tan enormemente aliviado, que no podía creerlo. Me preguntó si su final me parecía adecuado y yo sentí vergüenza por no haberlo visto antes, porque en efecto era el final perfecto. Sorprendido aún, le agradecí, pero al mismo tiempo me dije en silencio no poder utilizar su final, puesto que no me pertenecía, porque había sido su idea, la idea de alguien más, gestada en la cabeza de alguien más, proveniente de la creatividad de otro. Aquello podría significar un plagio. Así pues, mientras caminaba de noche rumbo a casa, decidí tirar aquella idea, olvidarla por completo. Entonces desperté.

Conseguí recordar todo lo sucedido, excepto el final de aquella historia. Todo había sido nada más y nada menos que un sueño, excepto, que en la realidad yo sí estaba escribiendo un cuento, del cual aún no tenía el final y mi propia imaginación me lo había dado a voz de un personaje onírico.

Me sentí defraudado no por el personaje del sueño, sino por mi propio personaje, por la terrible barrera moral que mi consciencia me había puesto, por la atroz individuación que las leyes del presente nos imponen como creadores sobre algo que a todos incumbe y en lo cual podríamos contribuir.

Cuando pienso en EL COMPOSITOR DESMEMORIADO o en LA ORQUESTA PERFECTA, se hace contundente la relación ancestral en el arte de narrar y la memoria, desde luego, pero ¿hasta qué nivel puede llegar esto? A fin de cuentas un escritor es un intérprete de sí mismo y de otros a la vez.

Existe la tradición del mito, sí, y de ahí se han derivado miles de historias y se crean y se recrean y se regocijan dentro de ese caudal reproductivo donde todos anidamos, vivos o muertos.

Tanto Papini como Borges interpretaron a su manera la realidad y el tiempo, el suyo y el del otro. Quizá hay historias que se cuentan solas, que cobran vida propia y se adueñan de la mente de varios escritores a lo largo del espacio y del tiempo. Pudiera ser que fueran ellas, no nosotros, quienes son verdaderamente reales, en la experiencia de lo humano y a las cuales nosotros pudiéramos contribuir con nuestro breve paso por el mundo. Historias que se viven en carne y a la vez son vividas por «otros nosotros», historias colaborativas en distintas regiones y en distintas eras.

¿Hasta qué punto algo que habita en mi consciencia me pertenece? A esta «forma profunda y traicionera del recuerdo», a ese «registro de nuestras memorias más falsas», a esta manera de comunicarnos con nosotros mismos a través de otros, a eso se me antoja guardarlo —por ahora– en el cajón de Los cuentos extraviados. ∎

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Jorge Mencos

Armo historias y rompecabezas. Me alimento de curiosidades y sardinas.