Los cuentos extraviados (parte 1 de 3)

O de los derechos de autor mnemotécnicos.

Jorge Mencos
5 min readOct 9, 2023

Todos almacenamos algo por breve o por largo tiempo, sea de forma virtual o física. Recolectamos algún adorno, un souvenir, una prenda de vestir, un par de zapatos, una botella desechable, una lata de té y demás cosas del mundo cotidiano.

En otro tiempo la adquisición del entretenimiento daba la sensación de poseer “algo” entre las manos, aquellas obras que se deseaban iban directo al librero o al anaquel de las películas y los discos, de los blueray o los dvds, al de los viniles y los cds, o mucho antes al de las cintas magnéticas de audio o de video.

Hoy estamos habituados a que todo eso exista en el espacio digital, al cual tenemos acceso compartido — a veces de forma gratuita y a veces a través de una suscripción pagada —, pero desde entonces su practicidad ha convencido a la mayoría de permanecer ahí, en la dichosa nube.

Este espacio virtual compartido, que además de parecer infinito es cada vez más preciso, no exime a las obras de sus respectivos derechos, por el contrario cada vez parecen estar más restringidos, cuidados y maquillados; como si de un ser vanidoso que se engalana frente a un enorme espejo se tratara, o como si un niño caprichoso resguardara celosamente sus juguetes al interior de sus pantalones.

EL COMPOSITOR DESMEMORIADO

Recuerdo haber leído la historia de un artista enfermo que tras haber perdido la memoria volvía al piano y trataba con esfuerzo sostenido de continuar su trabajo como compositor. Ensayaba una y otra vez, un poco por placer y otro tanto por dignidad. Luchaba contra la demencia o una enfermedad neuronal degenerativa.

Su esposa lo acompañaba y de cuando en cuando le llevaba los alimentos y con gusto permanecía en la habitación donde él, finalmente había comenzado a componer de nuevo. Mirar su rostro de felicidad y euforia la complacía. Saber que retomaba su trabajo y su orgullo personal la llenaba de dicha.

Recuerdo haber contado esta historia en un taller literario donde mi maestro parecía encantado con el cuento del compositor, puesto que él también escribía historias sobre músicos. Antes de proseguir pregunté en el círculo de los entonces presentes si a caso alguno conocía la historia, o recordaba quién la había escrito. Nadie parecía dar con ella y aunque yo trataba de recordar el autor para poder seguir narrando, el maestro me urgía a continuar con el relato sin detenerme.

La esposa del compositor comenzó a notar un comportamiento extraño en él porque ahora, habiendo recuperado la salud, se encerraba por horas en su estudio para no detener su flujo creativo y avanzar sin interrupciones. Ella se preocupaba porque a penas si probaba bocado o salía a tomar el aire fresco. A la mujer no le quedó más que esperar a que su marido terminara aquella pieza musical a la cual estaba entregando su vida casi por completo.

La mujer esperó y esperó, siempre atenta de que él se encontrara bien, sabiendo que se trataba de una obra muy importante para llevarlo a ese extremo de comportamiento, quizá la obra que sintetizaría todos sus años de esfuerzo, su obra maestra.

Finalmente el hombre la llamó y le permitió entrar al estudio para escuchar la obra terminada.

El compositor atajó el piano con la maestría que los años de práctica le habían proporcionado y tocó con toda la expresividad que le era posible, al punto que largas gotas de sudor bajaban por su frente y caían sobre las teclas haciendo sus movimientos incluso más veloces.

Cuando hubo terminado de interpretar, la miró con una gran ilusión en el rostro, para después ponerse de pie y mostrarle el manuscrito que con tachones y borrones el hombre había conseguido poner en partitura. Durante la interpretación la mujer había escuchado con seriedad y silencio. Siendo también músico, entendía claramente los sonidos en el aire y los signos representados en el papel.

Luego de analizar atentamente las notas, se volvió a mirar con tristeza a aquel hombre que como si fuera un niño buscaba sus ojos en espera de alguna respuesta. Sin haberlo notado siquiera, el hombre había hecho una transcripción precisa del Tercer Concierto para Piano de Rachmaninov, pensando que provenía de su propia inspiración. Su marido no había recobrado la memoria y aquella obra con la que pensaba trascender en el mundo de la música, era una copia de algo que se había escrito décadas atrás.

Mi maestro quedó complacido con aquella historia y me urgió a buscar el autor para hacerle saber de quién se trataba. Le dije que seguramente el compositor al que se aludía no era Rachmaninov y que mucho de aquello me lo estaba inventando, por no poder recordar con precisión los detalles. Guiñó el ojo y me agradeció por el relato porque eso lo había inspirado.

De vuelta a casa busqué entre mis libros y entre mis archivos digitales pero no pude encontrar nada parecido. Frustrado, me pregunté dónde o cómo había llegado esta historia a mi mente.

¿Qué tanto hay del compositor desmemoriado en mí y por qué tengo esa historia tan presente?

Hasta la fecha sigo pidiendo a colegas y lectores que de encontrarse con el original, me lo hagan llegar con urgencia.

(Continua en la parte 2)

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Jorge Mencos

Armo historias y rompecabezas. Me alimento de curiosidades y sardinas.