Domesticando la naturaleza, ¿la nuestra?

O de cómo un árbol puede convertirse en tu mascota.

Jorge Mencos
6 min readOct 2, 2023

Hemos oído que abrazarse a un árbol es un acto saludable, tranquilizador e incluso energizante. En lo personal pienso que los árboles son muy duros para abrazar y que los insectoss pueden trepar la ropa, pero comprendo que pudiera ser beneficioso, al menos de forma simbólica, sujetarse a la vida, asirse de eso que a su vez tiene la destreza de enraizarse fuertemente a la tierra.

En realción a esto y durante una charla que tuve sobre estos “actos espirituales”, se me ocurrió una idea peculiar: ¿Es posible determinar el nivel de avance espiritual de una persona, por la compañía que esta tiene en casa? Es decir, ¿sería posible conocer más a detalle el desarrollo espiritual de una persona y su forma de pensar o de sentir, a través de la o las criaturas que conviven con ella día a día, aquel ser o seres que dependen de su presencia, de sus cuidados, sus ingresos económicos, su presencia, su atención y desde luego su afecto?

«Por supuesto que sí, y el nivel más bajo lo tendrían aquellas personas que tienen hijos» pensé sin pensar y sentí que era necesario desmenuzar aquello, replantearlo.

Existe un maestro budista llamado Thích Nhât Hanh que recomienda ampliamente realizar el acto de abrazar, sin embargo, en este ejercicio lo que se recomienda es tomar entre los brazos a una persona — en su ausencia se puede sustituir por un árbol — , esto con la finalidad de prestarle atención plena a un ser viviente.

¿A quién decidirías brindarle este tipo de atención, con quién practicarías este ejercicio de reconocimiento mutuo?

Pensé entonces que podría existir una categoría de afectos extendidos, aquellos para los cuales necesitamos un objeto o un ser vivo. «Claro, el primer nivel, el más básrico, sería el de tener una familia. Después seguiría el grupo de las mascotas, encabezado por los perros, luego los gatos, después quizá los peces o las aves y finalmente el grupo de las plantas y probablemente al final el de las piedras».

Esta categoría me pareció graciosa, sobre todo al imaginar una relación de codependencia afectiva con una roca. Mientras menos vivos están aquellos seres a los que decidimos convertir en nuestras mascotas, parecieran alejarse más de “lo humano”.

El ejercicio de Thích Nhât Hanh es de gran utilidad para aquellas personas que viven en pareja, -con o sin familia- y tarde o temprano se fastidian de ellas mismas como binomio o grupo, pero ¿qué ocurre con aquellas personas que están solas?

No hace falta mencionar el papel y los beneficios que los animales domésticos más comuners tienen en la vida de millones de personas y lo satisfactorio que ese tipo de interacción trae consigo. Tener un animal que te reciba con efusividad todos los días no tiene precio, sean ladridos, maullidos, bufidos, chillidos, aleteos y demás. Sin embargo hay otro tipo de personas que gustan del silencio, la calma, el orden; del olor inalterado de los pisos y de las formas regulares de los muebles.

En China y luego Japón, se consiguió la forma de cultivar y mantener vivos — separados de la tierra– árboles sobre bandejas, árboles hechos miniatura.

Luego de la última mascota felina que tuve hace más de cinco años, había considerado la posibilidad de adoptar otro gato, pero cada vez que lo intentaba algo en mi interior me lo impedía. Poco a poco me fui enamorando de la vida de las plantas, de sus movimientos sutiles, de sus formas y de su fragilidad. Con ello y como por efecto secundario, puedo abiertamente decir que aprendí también a tratar con mayor delicadeza a las personas. Dicen que hay personas que tienen “mano” para las plantas y en los últimos tres años yo había mostrado aptitudes, así que ¿por qué no adoptar un árbol?

Algo fascinante es que pueden vivir cientos de años, muchos más que si estuvieran anclados a la tierra, como usualmente ocurre en la naturaleza. Existen árboles que han pasado de una generación a otra, hay ejemplares de más de mil años. Tener un Bonsai tiene sus retos y cometer una imprudencia de un día, puede costarle la vida a un árbol que ha sido cuidado durante décadas.

Por otro lado y no menos impresionante, existen diferentes tradiciones orientales dedicadas al arte en roca y no se trata de esculturas convencionales, son rocas talladas o cortadas, que simulan un paisaje natural y completo en sí mismas, rocas dispuestas únicamente para ser vistas, son como ventanas hacia la naturaleza que se pueden introducir y mantener en casa, pulir, cuidar. Son objeto de veneración por ser un vehículo más en el arte de la contemplación. En China las llaman Gongshi, en Japón Suiseki y en Corea Suseok. Quizá en algún tiempo futuro yo mismo adopte una de estas criaturas.

¿Pudiera entonces esta idea tener suficiente sentido, donde los hijos representarían un reflejo de nuestras acciones — nuestras acciones sexuales, principalmente — y de nuestras ambiciones, nuestro reflejo, nuestras carencias subsanadas de forma orgánica a través de la creación de nuevos seres humanos? O fuera de ella, en la interacción más sutil con seres de otras especies y no como un derivado de nuestra energía biológica, pero sí emocional, como con los mamíferos domesticados. ¿Podríamos ir más allá, a través del cuidado del entorno en la genuina adopción de un árbol hecho Bonsai, o en la práctica estética de cortar una piedra para contemplarla y ser su protector como si de una auténtica mascota se tratara? Y finalmente, ¿podría esto último alejarnos del sentido de lo humano?

No únicamente después de haber sido diezmada la población por una guerra o una catástrofe tiene sentido dejar de lado las mascotas y avocarnos a la propagación familiar. Pudiera ser que la complejidad de las responsabilidades hacia los de nuestra especie conlleve un gran valor y fuerza espiritual, que no todos están dispuestos a ofrecer, no porque no quieran sino porque no cuentan con esa capacidad, puesto que para llevarse acabo de manera adecuada se requiere mucho trabajo, tanto a nivel social como personal.

Quizá en términos espirituales no hay una línea recta por seguir y el orden de los factores no altera la “iluminación”. Probablemente habrá personas que atraviesen todos los niveles en una sola vida — si es que hay varias — y muchas otras que no puedan más que tener mamíferos no humanos a su cuidado.

Por otro lado, apreciar la belleza de las piedras o adoptar y tomar a cargo la vida de un árbol, abre una ventana al exterior, hacia la naturaleza y sus distintos ritmos de vida y no por enfocar nuestra atención en ello dejamos de ser humanos, al contrario: ser más humanos consistiría en — además de dulcemente continuar la propagación de nuestra especie — , ser testigos de todo aquello que nos rodea y conforma en este mundo.

Supongo que habrá personas con vocación para el cuidado de los nuestros, o para la adopción y cuidado animal, así como las habrá para el riego, el abono y los cuidados del Bonsai, o el corte perfecto y la contemplación de las rocas Gongshi. ∎

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Jorge Mencos

Armo historias y rompecabezas. Me alimento de curiosidades y sardinas.